jueves, 6 de diciembre de 2012

La madurez del joven rey.


Cuando el rey abdicó, estaba seguro de haber dejado el reino en buenas manos. Habiéndole enseñado al príncipe todo lo que sabía, se fue. De una tierra en la cual los soberanos pelean a capa y espada por defender sus colores y sus ideales, se marchó para no volver. Dejó de moverse tan rápido como el rayo, de hacer magia y hacer parecer magia el asesinato del rival, dejó de leer la batalla como solía, pero estaba seguro de haber legado el mandato a un pequeño que algún día sería gigante.

El heredero del trono, aún muy joven, con sólo 21 años, tenía toda la presión del reino en su lomo. Muchos se preguntaban cómo iba a librar las batallas. Algunos ponían en duda su capacidad de hacerlo tan bien como alguna vez lo hizo su antecesor. En  su primer semestre al mando, se desempeñó aceptablemente bien.

Él estaba acostumbrado a atacar por el flanco derecho, hasta que un día, para una batalla que se proyectaba épica, en tierras de guerreros blancos, fue por el centro. Para ese día, él ya llevaba un año completo mandando con el '10' en la espalda. En esa batalla, él fue protagonista. Tres acciones suyas acabaron con el temido ejército blanco. Días más tarde, con su cabeza, sentenció a unos diablos rojos para adjudicarse Europa.

No todo el mérito fue suyo. Sus compañeros de combate peleaban con una sutileza que tras de sí, escondía todo lo letal de su técnica. Era bello verles luchar, pero dejaban a sus oponentes masacrados. Cuando él pasó al centro, sus compañeros contendieron aún mejor. Eran imparables.

Casi un año más tarde, chocaron con una muralla transalpina color negro y azul. Muchos creyeron que se acababa. Que era el fin de la hegemonía del jovencísimo rey, quien no hizo mucho para poder derrumbar el muro, y que su legión terminaba.

Unos diez meses después, el rey y sus escuderos alcanzaban la gloria luego de una dura derrota contra unos jinetes blancos bien agrupados, férreos y veloces, venciendo a los mismos en su propio feudo y legitimándose para una última batalla contra los diablos rojos de hace unos años. En esa última, el rey brilló como nunca, y con un flechazo de media distancia puso por delante a sus guerreros. Un compañero suyo mandó un cañonazo envenenado, el cual dejó atónito a todo el que tuvo la suerte y el honor de verlo, y que terminó la contienda.

El rey, agigantado, en el cuarto año de su mandato, quiso depender más de sí mismo para ganar las batallas que alguna vez logró en colectivo. Al final del calendario, eso llevaría al rey, tras caer contra unos escuderos de raíces anglosajonas, a derramar lágrimas. Y a todos los que observaron la batalla, a sincronizar su llanto con él, y con su caballería, pero a apoyarle, y entre tristeza absoluta, soltar al unísono una voz de aliento. Ese año, disperso para todo el conjunto, terminó con dos derrotas durísimas, la pérdida del continente y una victoria de consuelo contra unos vascos rebosantes de pudor. Tras esos hechos, el estratega de batalla se marchó, lo cual supuso un golpe muy fuerte para el rey, quien perdió a su consejero.

El asistente del estratega dio un paso al frente, y decidió relevar a su viejo superior. El rey, empezando su quinto año, sapiente de sus errores pasados, y con su conciencia cargada, quiso meterse más al colectivo. Llegó un luchador rapidísimo para el flanco izquierdo y por el centro se asentó un viejo compañero y amigo, para mayor supremacía.

El rey, metido más en el colectivo, hizo todavía mejores a sus compañeros, libres de derrochar su talento y su arte por todo el campo de batalla ayudados por su majestad, quien se colocó a sí mismo mucho más inmerso en todos los movimientos del conjunto. Hoy, ya rompió marcas impuestas por otros, en épocas remotas, y está en la retina del continente y del mundo. Nadie pone en duda el poderío de este monarca, quien, con sólo dos decenas y media de años, se erige para muchos como el mejor soberano que ha existido.

Tras cinco años, el antiguo rey puede mirar desde el retiro, y decir sin tapujos que sabía que sería así. El nuevo rey, aún joven, pero ya maduro, hace mejor a su ejército y así, se hace mejor a sí mismo.


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