miércoles, 23 de enero de 2013

El dios del fútbol


En el fútbol hay una especie de deidad. No es el 'Rey' Pelé, como cuando los monarcas tenían una supuesta investidura divina. Tampoco es Maradona, (por quien hasta se creó iglesia), mucho menos Messi, a quien todavía le falta mucho camino por recorrer. No es ningún jugador que haya pisado el césped. No es ni siquiera una persona. Es algo que está ahí.

Se habla del dios del fútbol cuando ocurren milagros, remontadas épicas, (como las del Madrid de Juanito. Vaya que sí tenían al dios del fútbol de su lado), goles espectaculares, jugadas que erizan, y esos tantos sobre la hora. Cosas capaces de hacer levantar a todos en un estadio, y de hacer estallar de euforia a millones de personas.

Es particular. Él te devuelve todo lo que le das. Tarde o temprano, pero lo hace. No hay prueba más grande que el Chelsea. Recibió una bendición el día que ese ruso tan fanático apostó por él, e inyectó dinero a sus arcas. A partir de ahí, se configuró una columna vertebral que fue más allá de todo lo que se dice de los equipos que reciben petrodólares. Cech, Terry, Lampard y Didier Drogba. De la mano de un portugués que nunca vistió de corto, capaz de arreglar cualquier cosa, ganar convenciendo y cegar multitudes, avasallaron en las islas británicas. Más allá de Inglaterra, se quedaron cortos. El ruso y el portugués no terminaron de compenetrar nunca, y esto terminó con la salida del último.

Muchos intentaron tomar las riendas de los 'blues' de Londres para buscar lo que no encontró el ibérico. Hasta seis hombres intentaron encontrar ese Santo Grial en tierras europeas tan codiciado por el dueño del aviso. Una vez, lo vieron más cerca que nunca contra unos rojos en tierras moscovitas. Pero la lluvia, que hizo resbalar a John, y un holandés de nariz grande evitaron que lo tomaran.

El año siguiente, estuvieron a un minuto de tener la oportunidad de verla otra vez, pero esta vez el dios del fútbol bajó a Stamford Bridge no para ellos, sino para Andrés, quien tuvo al dios de su lado. Pasó un tiempo y se encontraron otra vez con Iniesta, Messi y su banda, tras remontar milagrosamente a los napolitanos, y luego con Arjen, Phillip y Franck en su propio territorio. No se recuerda tal destrucción práctica de la estética del deporte como en esos tres enfrentamientos. Con resultados, pero despiadada en exceso. El dios consintió en su hacer, poniendo travesaños, postes y manos milagrosas donde iba un balón bien dirigido, y vistiendo de héroe a Drogba, quien quedará en la memoria de muchos como el único hombre capaz de ganar una Champions por sí mismo. Pero hasta ahí llegaría su obra con el Chelsea. Les dio lo que un día merecieron, y que a partir de ahí, dejarían de merecer.

Al obtener la copa, se ganaron el derecho a jugar por dos más. El tigre, de tres zarpazos en el césped de Mónaco, los mandó a casa heridos. Unos meses después, en Japón, el Corinthians aplastó su sueño de ratificar la copa que tanto buscaron. Y antes de todo esto, perdieron el choque por el escudo de la comunidad contra los Ciudadanos.

Ahora nada pinta esperanzador en el centro de Londres. La afición contra su entrenador, eliminados de la competición fetiche (y de la cual son campeones), el inminente término de la edad de la vieja guardia, una plantilla que no sabe hacia dónde ir, fichajes que parece no arreglarán algo y una proyección nula en todas las competiciones en las que aún están. Quizás el dios del fútbol vuelva por el barrio Chelsea, o quizás no. Por ahora todo huele a debacle incontrolable.

Foto: ABC.es



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